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Calkiní: El corazón maya que late entre pirámides, pan y tradiciones vivas

Calkiní no necesita reflectores, porque su luz viene de adentro.

En el límite norte de Campeche, justo donde el sol comienza a dorar los campos y la lengua maya aún se escucha entre mercados y plazas, se levanta Calkiní, un pueblo discreto pero lleno de vida, historia y cultura. No presume el título de Pueblo Mágico, pero tiene lo necesario para serlo sin pedir permiso.

Calkiní es tierra de maíz, de pan de cazón y de sabiduría ancestral. Sus calles, aunque tranquilas, están marcadas por siglos de herencia indígena y colonial. Aquí se alza la majestuosa iglesia de San Luis Obispo, una joya franciscana construida en el siglo XVII con piedras de antiguas ruinas mayas, que vigila el centro del pueblo como testigo de su pasado mestizo.

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Muy cerca se encuentran vestigios arqueológicos como Can Moo y Nunkiní, sitios poco explorados pero cargados de misterio, donde aún resuenan los ecos de una civilización que nunca desapareció, solo se transformó. En Calkiní, los abuelos aún enseñan en maya, los altares se visten con flores en noviembre y la comida huele a nixtamal recién molido.

La artesanía local es otra joya escondida: hamacas tejidas a mano, sombreros de jipi japa y bordados de punto de cruz que cruzan generaciones. Todo esto se comparte en tianguis, ferias locales o en la calidez de un hogar donde siempre hay café de olla y pan horneado.

Calkiní no necesita reflectores, porque su luz viene de adentro. Es un pueblo que se defiende con orgullo, que conserva sus raíces y que invita al visitante no con espectáculos, sino con autenticidad. Un lugar donde el Campeche profundo todavía respira, canta y resiste.

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