2025: Un año de avances, aprendizajes y desafíos compartidos

Por Eduardo Chaillo, CMP, CMM, CASE, DES, CITP
2025 fue un año desafiante. No por crisis visibles, sino por el tipo de preguntas que nos hicimos como
industria. Preguntas que exigieron pausa, diálogo y visión compartida. No se trató de mostrar músculo,
sino de ejercitar la escucha. Fue un año menos espectacular, pero más lúcido.
Algunas conversaciones marcaron el rumbo. Una de ellas ocurrió en el Congreso de ICCA en
Porto, donde el profesor Greg Clark nos recordó que las ciudades no son solo sedes de eventos,
sino protagonistas de la economía del conocimiento. El énfasis en la arquitectura institucional,
en la coherencia de sus políticas públicas y en su capacidad de conectarse con redes globales
fue un llamado a ver más allá de las métricas convencionales.
A lo largo del año, en las páginas de El Momento, reflexionamos también sobre el lugar que ocupa
el bienestar en los eventos; sobre cómo las exposiciones pueden volverse experiencias más
humanas desde la ciencia del comportamiento; sobre el papel de las generaciones jóvenes como
protagonistas del cambio; sobre la movilidad urbana como parte del diseño de un congreso;
sobre el legado académico, social y económico que deja cada encuentro; y sobre la necesidad
urgente de reconstruir la narrativa de los destinos con base en su talento, su ciencia y su gente,
no solo en su oferta turística.
Varios destinos comenzaron a pensarse no solo como marcas, sino como sistemas vivos.
Articular comunidades locales, movilizar alianzas entre sectores, generar espacios de co-creación
con la academia o los emprendedores dejó de ser una aspiración para convertirse en estrategia.
Algunas ciudades entendieron que lo verdaderamente competitivo no es lo que se inaugura, sino
lo que se sostiene en el tiempo.
El año también evidenció rezagos. Persisten fricciones entre quienes diseñan la narrativa de los
destinos y quienes la habitan. Sigue costando reconocer que la gobernanza participativa no es
debilidad institucional, sino condición para la legitimidad. Faltan mecanismos para incorporar
la voz de las nuevas generaciones, no como decorado, sino como actores con agencia. Las
métricas dominantes aún priorizan volumen sobre impacto.
Sin embargo, hubo avances notables. Se consolidaron espacios de diálogo multisectorial. Se
habló con más honestidad de sustentabilidad sin caer en frases huecas. Se reconoció que los
eventos no son productos aislados, sino vehículos de transformación si se diseñan con
intención. Varios actores del ecosistema comenzaron a experimentar con nuevas formas de
medir legado, impacto social, y retorno en reputación.
Cerrar este ciclo implica agradecer a quienes sostuvieron procesos, tendieron puentes,
desafiaron inercias, compartieron saberes. No todo se logró. No todas las ideas cuajaron. Pero
quedaron sembradas. Con suerte, el tiempo, la colaboración y la memoria institucional harán lo
suyo.
El 2026 no necesita más planes perfectos. Requiere valentía para tomar decisiones difíciles.
Compromiso para defender lo colectivo. Claridad para distinguir entre urgencia y relevancia.
Curiosidad para mirar más allá del propio interés. Humildad para reconocer que, en esta
industria, nadie transforma solo.
Si hay una brújula útil para el próximo año, será esa: la capacidad de seguir creando contexto
para que las ideas circulen, las comunidades se conecten, y los eventos dejen huella más allá
del “cuarto-noche”.







