
Construyendo por Raúl Asís Monforte González
La transformación del sector energético siempre se ha explicado en términos de infraestructura, hablamos de más renovables, más almacenamiento, más redes inteligentes. Pero hay otra capa de cambio igual de profunda que se está gestando fuera de los campos solares y los aerogeneradores, la revolución de la Web3 y las organizaciones autónomas descentralizadas, mejor conocidas como DAOs. Esta nueva arquitectura digital podría reconfigurar no sólo la forma en que producimos y consumimos energía, sino también la manera en que cooperamos, financiamos e incluso tomamos decisiones colectivas.
La Web3 es la evolución natural de un internet que ya no quiere depender de intermediarios ni de plataformas que concentran el poder. Su promesa es simple pero disruptiva, los usuarios deben ser dueños de sus datos, de su identidad digital y de su participación económica en los proyectos. En lugar de aplicaciones controladas por una empresa, la Web3 plantea aplicaciones ejecutadas en redes distribuidas, gobernadas por quienes las usan y administran su valor. En ese universo aparecen las DAOs, organizaciones cuyas reglas, tanto financieras, como operativas y estratégicas, están escritas en contratos inteligentes que no requieren jefes, directores o burocracias para funcionar.
Aunque parezca un tema distante del mundo de la energía, la convergencia es natural. El sector energético está avanzando hacia la descentralización física con generación distribuida, microrredes, prosumidores, vehículos eléctricos capaces de inyectar o de tomar electricidad de la red y millones de dispositivos conectados que interactúan entre sí. ¿Por qué no acompañar esa descentralización tecnológica con una descentralización de la gobernanza?
Imaginemos una comunidad energética local, pensemos en un fraccionamiento, un edificio de departamentos, o una zona industrial, que opera una microrred. Una DAO podría administrar los flujos económicos, es decir, cuánto se paga por la energía solar generada en los techos, cómo se distribuyen los costos de una batería comunitaria, o cuándo reinvertir excedentes en ampliar la capacidad instalada. Todo queda registrado en la blockchain y todas las decisiones se toman de forma transparente y automática. Lo que hoy requiere juntas vecinales, operadores externos y un sinfín de trámites, mañana podría resolverse con reglas programadas, votaciones digitales y ejecución inmediata.
En los certificados de energía limpia tenemos otro ejemplo. Hoy dependen de verificadores, cámaras de comercio, contratos bilaterales y múltiples intermediarios. Una DAO podría gestionar un mercado descentralizado donde cada certificado sea un token emitido y auditado en tiempo real, imposible de falsificar y automáticamente transferible entre compradores y vendedores. Lo mismo podría ocurrir con los mercados voluntarios de carbono, donde la confianza es el activo más escaso.
Incluso la inversión podría democratizarse. Proyectos solares o eólicos financiados por comunidades globales de pequeños inversionistas que participan mediante tokens, con derechos claros de gobernanza y rendimientos distribuidos automáticamente. La Web3 no elimina a los grandes desarrolladores, los complementa, permitiendo que las comunidades tengan un asiento real en la mesa.
No se trata de un reemplazo del sector energético actual ni de una fantasía tecnoutópica. Es una capa adicional de organización que puede aportar eficiencia, transparencia y participación. Si la transición energética requiere más actores, más inversión y más confianza, quizá sea momento de mirar hacia este nuevo mundo donde la gobernanza se programa y la colaboración se escala.
La energía del futuro no sólo será renovable y digital. También será, de alguna manera, autónoma y descentralizada. Y ahí es donde la Web3 y las DAOs podrían convertirse en protagonistas silenciosos, pero decisivos.






