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“Las dos caras de la lucha libre”

El Momento Rudo por Juan Pablo Rivera

Recuerdo, en alguna ocasión, llegar de la escuela y escuchar a mi mamá decir: “Tu papá está en casa”, lo cual, por la hora, en alguna etapa de la carrera del Rudo Rivera no era tan común, ya que normalmente en ese horario tenía su programa de radio.

Entonces eso significaba que algo estaba pasando, y esta ocasión es una que se me va a quedar grabada por el contexto de lo ocurrido, pues ese día, un miércoles cualquiera, se encontraban en el jardín mis ídolos de la lucha libre.

¿El motivo? Estaban grabando promocionales navideños para posteriormente transmitirlos en televisión.

Pero antes de comentar este momento en específico, revisando el baúl de los recuerdos me di cuenta de que esto era algo recurrente y que había pasado antes de que yo entendiera la fortuna de lo que estaba ocurriendo en casa.

Encontré algunas fotos donde personajes como Octagón, La Parka, Los Cocos, Konnan, por nombrar algunos, gozaban de la época navideña y, además de grabar promocionales, iban a festejar sus posadas en casa.

“Las dos caras de la lucha libre”

Ahora, eso es lo que está en algunas fotos, pero por lo que me cuenta mi mamá, las posadas en casa eran cosa seria. Me imagino que múltiples personalidades del mundo del deporte gozaron de esas épocas donde el auge de los espectáculos deportivos se veía más marcado que nunca.

Respecto a la ocasión que mencionaba al principio de esta columna, recuerdo que mi mamá dijo: “Vayan a saludar a tu papá, que está en el jardín con sus amigos de la lucha”.

Al bajar las escaleras, ahí estaban muchos de mis ídolos sin máscara, siendo humanos y al mismo tiempo guerreros. Eso para mí fue una revelación, porque sabía quiénes eran con la máscara puesta, pero sin ella me confundían.

A quien sí identifiqué por su melena, y supe inmediatamente quién era, fue a La Parka, en ese momento en su versión humana, Chuy Escoboza, quien se encontraba muy a gusto balanceándose en el columpio y, con muy buen humor, nos saludó.

De pronto todo se ponía en acción: era momento de colocarse las máscaras y hacer lo que se tenía que hacer, que en esa ocasión consistía en realizar las coreografías de villancicos que se iban a presentar en televisión.

Esa tarde, sin darme cuenta hasta ahora, comprendí algo que hoy atesoro con mucho cariño: mi papá tenía otra familia. Y no literalmente otra como quizá pensarían, sino que la familia de la lucha libre era para él un espacio que le abrió las puertas a muchos lugares que seguramente nunca imaginó.

Ese día pude apreciar dos caras del espectáculo que hoy me hacen vivirlo mejor: el lado del show, donde los guerreros lo dan todo, y el lado humano, ese que se queda después de las funciones, en los momentos de espera entre giras, en los camiones, en los aviones, en esa caravana donde comparten espacios para conectar y recordar que todos tienen una lucha que enfrentar dentro y fuera del ring.

Gracias, papá, por ese recuerdo. Gracias también por todos los otros que iré recordando y compartiendo. Gracias a mi mamá por aguantar esas fiestotas que seguro se armaban en casa.

Pero, sobre todo, gracias lucha libre, por ser el segundo hogar de mi papá, donde cultivó grandes amistades y formó un legado que, en épocas como esta en las que más lo extraño, puedo revivir al escucharlo narrar o echar relajo en algún video.

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