Opinión

Nos engañamos pensando que delegar… es soltar.

Mario Elsner

Te acompaño al siguiente nivel de los negocios

La historia empieza en Brasil, pero podría pasar en cualquier parte.

Nuestro VicePresidente llegaba desde Alemania. Un vuelo largo, con escalas, horarios complicados y esa sensación inevitable de cansancio acumulado. Lo mínimo que uno espera después de todo eso es que, al salir del aeropuerto en un país que no conoces, alguien esté ahí esperándote con tu nombre escrito en alto, señal clara de que todo está bajo control.

Pero ese día, el chofer no apareció. Y el VP, visiblemente incómodo, empezó a mandar mensajes, a exigir, a subir el tono. Quienes lo veían podrían pensar que estaba exagerando, yo mismo lo pensé en un inicio. Hasta que recordé que ese mismo chofer ya me había hecho lo mismo antes. Como si estuviera ahí sin estar, cumpliendo solo la parte mínima del trabajo, sin intención de hacerlo bien.

Llamamos al dueño de la empresa de transporte. El chofer sí estaba… pero escondido en un costado del estacionamiento, sin el cartel, sin el mínimo esfuerzo. Llegó tarde. Y sí, al final recogió al VP. Pero el daño ya estaba hecho.

El director del país, con toda la educación del mundo, le pidió al dueño de la transportista que por favor no nos volviera a asignar a esa persona. El dueño pidió disculpas, reconoció que ya lo habían reportado antes, y prometió no repetir el error.

Todo bien. Hasta una semana después.

Mi vuelo de regreso era temprano. Y ahí, esperándome en la entrada… estaba él otra vez. El mismo chofer. Puntual esta vez, eso sí. Pero con la misma actitud. Parecía apurado y con ganas de dejarme lo antes posible. Llegando al aeropuerto le pregunté: “¿Esta es la terminal de Aeroméxico, verdad?”. Me respondió con una seguridad sospechosa: “Sí, claro”.

Me bajé. Empecé a caminar. Y después de unos minutos, descubrí que era la terminal equivocada.

No es un drama. Pero es una señal. Y lo que revela esta historia no es solo la irresponsabilidad de un proveedor. Es algo más profundo.

Porque en el papel, el dueño de la transportista sí resolvió. Dijo que sí. Pero no hizo seguimiento. Y el problema se repitió.

Y aquí va la pregunta incómoda para todos los que dirigimos un equipo o emprendemos un negocio:

¿Cuántas veces crees que algo ya se resolvió… simplemente porque alguien te dijo que sí?

¿Cuántas veces asumimos que delegar es lo mismo que asegurar?

¿Cuántas veces confiamos sin verificar, no porque no nos importe, sino porque no podemos estar en todo?

Esa es la trampa.

El problema no fue el VP que se quejó, ni el chofer que improvisó. El verdadero problema es que, como líderes, no siempre tenemos sistemas que garanticen que las cosas realmente sucedan como deberían.

Delegar no es soltar. Delegar es diseñar mecanismos de confirmación, de responsabilidad, de consecuencia.

Y esto es especialmente crítico en culturas donde evitar el conflicto es común. Donde a veces se dice que sí por cortesía, pero no se actúa por compromiso. En Brasil eso puede pasar, pero también en México, en Perú, en cualquier equipo donde la palabra “sí” no siempre viene acompañada de una acción clara.

Y no se trata de controlarlo todo. Se trata de diseñar entornos donde las personas sepan que lo que hacen… importa. Que su ejecución afecta la percepción de una empresa entera. Que lo que para uno es un traslado, para otro es la primera impresión de toda una organización.

Así que la próxima vez que alguien te diga: “Ya quedó”… no preguntes si lo hicieron. Pregunta cómo te aseguran que ya no se va a repetir.

Porque sí, el chofer estaba ahí. Pero no quería estar. Y el verdadero problema no fue él. Fue que alguien más… lo volvió a poner ahí.

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