
Hay personas que trabajan 10 años en un mismo lugar y otras que repiten el mismo año 10 veces…
Te va a doler. Vas a enojarte. Vas a sentir que el mundo se te cae encima. Y sí, es parte del proceso. Pero no, no te vas a morir por ello.
Lo que duele no es el despido. Lo que duele es el apego a una identidad profesional prestada, el miedo a lo incierto, el golpe al ego y esa voz interna que te grita “no soy suficiente”.
Pero si miras con conciencia, vas a descubrir que ningún despido tiene la capacidad de quitarte tu valor real. Puede sacarte un puesto, pero no tu talento. Puede cortar un ingreso, pero no tu potencial. Puede cerrarte una puerta, pero no tu historia ni tu futuro.
¿Sabes qué sí te puede matar en vida? La inercia disfrazada de estabilidad. El miedo paralizante a comenzar de nuevo. La dependencia emocional hacia un trabajo que ya no te representa
Hay personas que trabajan 10 años en una empresa… y otras que, por miedo, repiten el mismo año 10 veces. Y después se preguntan por qué se sienten vacías.
Nadie se muere por un despido. Pero muchos se apagan lentamente por miedo a enfrentarlo.
Esto no es un consuelo, es un llamado a despertar. Porque quedarse en un lugar por miedo a perder… es ya estar perdiendo.
El trabajo es una parte de tu camino, no tu definición completa. Y lo que viene después de un cierre, si te lo permites, puede ser mucho más auténtico, más digno… más tuyo.
Piénsalo, un despido no es la muerte de nadie, ¿de acuerdo? Así como nadie muere de amor, nadie muere por un despido. No dejes que tus miedos te dominen y decidan tu futuro.
Eres lo que comes, y también… los libros que lees, las redes que miras, las ideas que repites, la música que escuchas, las personas con las que te rodeas, con tus cercanos y con los no tan cercanos, pero que ahí traes al hombro. Y los pensamientos que eliges creer cada día.
Los estoicos distinguían dos categorías esenciales: lo que depende de ti y lo que no. Esta simple división lo cambia todo.
No puedes controlar la opinión de otros, el clima, la suerte, la muerte, las crisis. Pero sí puedes controlar tu actitud, tus juicios, tus acciones.
¿Qué pasa cuando confundes esto? Sufres. Luchas contra lo inevitable, te frustras por lo que no puedes cambiar.
En cambio, si enfocas tu energía en lo que sí depende de ti, recuperas tu poder. La serenidad nace de aceptar el mundo como es, y actuar donde sí puedes influir: en ti.
¿Fracaso? No controlas el resultado, pero sí el esfuerzo.
¿Te ofendieron? No controlas sus palabras, pero sí tu respuesta.
¿Incertidumbre? No controlas el futuro, pero sí tu preparación.
En un mundo caótico, esta idea es tu ancla.
Hoy puedes vivir más ligero, más libre, si dejas de intentar controlar lo que nunca fue tuyo. La clave no es tener más poder, sino dirigirlo mejor. Ahí comienza la verdadera libertad.
Tu mente es un arma poderosa, deja de utilizarla en tu contra.
Vive la vida que te ha tocado vivir. Al final, lo único que de verdad te llevarás…no serán tus logros, ni tus cuentas, ni lo que opinaron de ti.
Te llevarás las escapadas que te rompieron la rutina, los líos que te enseñaron a reírte de ti mismo, los bailes que bailaste, aunque no supieras, las locuras que decidiste no evitar, las pieles que rozaste con amor, los labios que besaste con ganas, las sonrisas que dejaste sin pedir nada, los atardeceres que te detuviste a mirar, y los sueños que perseguiste, incluso cuando dolía.
Todo lo demás… pasará. Las críticas, los juicios, las etiquetas.
Porque lo único que valdrá es que fuiste tú quien eligió cómo vivir…
Gracias, Jenny, Omar, Víctor, Dante, Edwin, Dany, Enrique, Denise, Carlos, Linda y Nancy por su compromiso, dedicación y, sobre todo, por no soltarme de su mano. Bendiciones en su camino.